Rebagliati, una experiencia terrible...



RESUMEN: HORRIBLE, OYE. 5 DÍAS RETENIDO E INCOMUNICADO!!

Les cuento que el domingo 20 de setiembre de 2020 fui llevado de emergencia al hospital Rebagliati por problemas respiratorios y cardiacos, los que fueron atendidos en modo salvataje durante las primeras horas. Me dieron rápidamente cama, oxígeno, sueros varios y me dejaron dormir previa calateada y despojo de todos mis instrumentos de contacto con el mundo. No celulares, no reloj.

Me interrogaron acerca de mis enfermedades preexistentes y les ofrecí la siguiente lista:

-Diabetes infantil o insulínica, hace 27 años.
-Addison diagnosticada hace 14 años.
-Hipotiroidismo, hace 10.
-Neuropatía generalizada, unos 10 años.

A las que el Covid agregó recientemente:
-Insuficiencia cardiaca.
-Insuficiencia respiratoria (daño 15% del pulmón).
-Miastenia.
-Hipertensión.
-Hipotensión.

Y me mandaron a la cama en medio de mi casi inconciencia. Confié que al estar en manos de médicos, ellos tomarían el mando de mi dosificación en las cantidades y horarios que les dije acerca de mis fármacos crónicos. Pero eso NUNCA OCURRIÓ.

Desperté en la madrugada totalmente deshidratado por la diabetes y temblando de frío al faltarme el resto de bioquímicos que me mantienen artificialmente con vida hace casi 30 años. Busqué el timbre de llamada y NO EXISTE. Area de Emergencia del mejor hospital de la república en la seguridad social.... Los enfermos no tenemos cómo llamar a la enfermera de guardia.

Tuve suerte que una pasó cerca y la llamé a gritos. Me escuchó y dijo que ya volvería, lo cual sucedió al cabo de 1 hora o algo así, pues, yo me dormí nuevamente. Me midió la glucosa y se llevó consigo el aparato sin decirme el resultado. Volvió para inyectarme 5 unidades de insulina. Y me dormí soñando con mis inyecciones de mis 50 unidades diarias que no me aplicaron jamás.

A la mañana siguiente nos dieron un desayuno interesante pero yo no recibí ninguna de mis medicinas que hacen posible asimilar el alimento. Se los dije. Todos eran supuestos médicos o enfermeras(os), profesionales en medicina, pero nadie pareció entender NADA. Y no me trajeron ninguna medicina para mis enfermedades crónicas. O sea, me dejaban morir de inanición ya que sin fármacos mi organismo no asimila nada. Area de Emergencia del mejor hospital de la república en la seguridad social...! Antesala del panteón?

Ese día me hicieron una tomografía de pulmones, resultado oficial que jamás me entregaron contraviniendo la ley 29,414. Escuché algo de "kre...kred...rot....ah, sí, ha salido positivo en prueba rápida... qué...sí.. 15% de daño" Pero a mí jamás me dieron ninguna información oficial y tampoco me explicaron el plan de acción para sanarme o al menos permitirme vivir un poco más...

(Debo advertir que no tengo una noción exacta de los tiempos, días, horas o fechas, dado que recién desde el día anterior a mi fuga recuperé la conciencia del reloj).

Como noté que aparentemente había una gran incapacidad para tratar a un paciente endocrino, solicité mi alta voluntaria para retornar a mi casa. No me hicieron caso.

El día 22 me trasladaron al piso 10 del edificio principal del hospital Rebagliati, a una habitación unipersonal muy próxima al área de ascensores que me causaba molestia dada mi manifiesta condición de adormecimiento general y sueño producto de la falta de fármacos. Nunca firmé ningún consentimiento para ese internamiento sino que, por el contrario, insistí en que quería retornar a mi casa por mis medicinas para mis enfermedades de toda la vida que NO LAS ESTABA RECIBIENDO. Me ignoraron cruelmente.

El 23 me puse a gritar pidiendo insulina y esteroides, pues, de la tiroxina sí se acordaron. Empecé a mejorar y a pensar cómo salir de ahí, pues, ya era absolutamente claro que si me quedaba no viviría mucho. Y parece que me leyeron la mente, pues, de esa habitación cerca al área de ascensores me metieron a una más al fondo, muy cerca a la estación de enfermeras, sin posibilidad de que no me vieran si decidía escabullirme. Para esto sí son hábiles...

Insistí con mi alta voluntaria. Se lo repetía a toda enfermera o auxiliar que cada 2 horas acudía a medirme algo. La vigilancia sobre mí era estrechísima y comparable a una tortura psicológica, pues, de mis fármacos crónicos y su periodicidad jamás se acordaron. Era la persona el blanco y no sus parámetros fisiológicos. Pero finalmente me dijeron que lo del alta tenía que hablarlo con el médico que me visitaría al día siguiente, y eso sí ocurrió.

El 23 me dediqué a reclamar a voz en cuello las cantidades de insulina que yo sé me restauran, y lo logré en parte. El 24 por la mañana el desayuno fue mejor asimilado y mi mente y músculos esqueléticos empezaron a trabajar de modo más eficiente. Experiencias que la gente normal no conoce porque siempre es eficiente. Los enfermos tenemos el privilegio de ver ambas caras de la moneda. Y entonces llegó el médico con una carta de exoneración de responsabilidad que yo no quise firmar en un primer momento hasta que me dijo que sin eso no había alta voluntaria. Tuve que firmar bajo tal presión.

Me consideré un hombre libre pero me equivoqué, pues, al pedir que me retiraran la sonda urinaria el médico dijo que eso dependía del motivo por el cual me la colocaron. Yo no sé, le dije, y él replicó que iría a averiguar y hasta hoy no ha regresado. En su lugar, vinieron enfermeras y me dijeron que me trasladarían a OTRO PISO...!

Y así resulté en el piso 4 del mismo edificio principal del Hospital Rebagliati, en una habitación unipersonal de manifiesta mejor calidad a donde se llega por un pasadizo con un letrero que decía, más o menos, Area Covid UCI..... Hice plop!

Tampoco nunca firmé ninguna autorización para ser nuevamente internado, ahora por 2da vez luego de la emergencia del día 20, pero ya estaba ahí en una habitación de máxima seguridad a juzgar por la mampara corrediza con vidrio irrompible y una poderosa cámara de video vigilancia que apuntaba directamente a la cama clínica. ¿Porqué todo eso si ya había firmado el alta voluntaria?

En ese momento tomé la decisión de marcharme sea como fuera, y luego de asearme un poco salí al pasadizo con mi bata de enfermo y una colcha encima. Tenía la miastenia conmigo y me movía muy lentamente mientras escuchaba pasos que corrían tras de mí. Tomé nota de algunos tirones sobre mi bata pero los ignoré valiéndome de mi inercia potenciada por la debilidad muscular, y llegué al amplio espacio de la zona de ascensores donde el reservado para pacientes Covid estaba abierto pero ocupado.

Aceleré el paso y me introduje hasta el fondo donde pude notar que tenía a una pequeña enfermera prendida de mi bata, quien no pudo avanzar más porque la silla de ruedas de otro paciente dentro del ascensor le impedía circular. Me soltó y salió como si hubiese perdido la oportunidad de prenderme (extraña reacción).

Al girar y mirar hacia la puerta pude ver a todo el personal de enfermeras, auxiliares y la tan solicitada por mí doctora que firmó mi internamiento número 3 presenciando el espectáculo. Algo de 6 personas y en silencio total. El ascensor había sido inmovilizado por otra enfermera que estaba dentro previamente con su paciente en silla de ruedas. No había personal de vigilancia que llegó minutos después mientras la doctora se le veía llamando por su celular.

Me conminaron gentilmente a salir a lo cual me negué. Debo puntualizar que el trato del personal de vigilantes fue en todo momento mucho más cortés y blando que el del personal médico. Cosas de Ripley, pero al César lo que es del César. Jamás me pusieron un dedo encima, lo que sí hizo una de las enfermeras y con bastante violencia.

Mi idea era alcanzar la calle y salir de los dominios del hospital donde mi caso se convertiría en un tema policial más que médico. Tenía que huir de donde me estaban matando de a poquitos al negarme o subdosificarme, o distorsionar la temporización de todas mis medicinas que tomo hace décadas y que me mantienen artificialmente con vida. Estando en el piso 4 era cuestión de pocos segundos en el ascensor y algunos minutos de caminata, pero sentía que perdía la batalla contra la miastenia y la confusión mental producto del metabolismo envenenado por la falta de insulina. La guerra era contra mi propio organismo que ya no podía sostenerme. Me rendí en silencio mientras llegaba a la escena el jefe de la seguridad, un señor que sólo dijo llamarse Michel.

Pude notar la disimulada satisfacción de la doctora que como buena estudiosa de la fisiología humana sabía la debacle que se orquestaba en mi interior. Se le acercó al jefe de seguridad quien con un gesto detuvo su avance y él mismo tomó la palabra para dirigirse a mí con una cortesía y don de gentes realmente notables. Intentó negociar conmigo lo que no le costó ningún trabajo porque yo ya había tomado la decisión de rendirme. Le expresé lo que veía en él, un tipo digno de confianza y que actuaría rectamente en los inciertos minutos que venían para mí.

Salí del ascensor tambaleándome mientras observaba que la doctora dictaba instrucciones a su personal que se alejó de mí al unísono. El jefe me ayudó a sentarme en un sillón mientras su gente coordinaba con la doctora, luego de lo cual aparecieron con una silla de ruedas destinada a mi persona. Me negué a subir y en su lugar deduje sus intenciones de llevarme de regreso a mi habitación. Me negué pero el jefe de seguridad insistió, a lo que repliqué solicitando su presencia en favor de mi seguridad. Aceptó. (aún en redacción.... vuelva pronto)

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